miércoles, 3 de octubre de 2012

Un paseo por las alturas de la Catedral de Sevilla.

Ya se, que este blog es enteramente cofrade, pero tratándose de un edificio eminentemente religioso, no podía dejar pasar este oportunidad de escribir sobre algo que muy poca gente ve y que en ocasiones como esta el ciudadano de a pie puede disfrutar.

En un recorrido de aproximadamente una hora, he podido ver, conocer y fotografiar, lugares de difícil acceso de este edificio, que sin lugar a dudas por sus tremendas dimensiones, levanta muchísima curiosidad tanto a foráneos como a residentes de la Ciudad.

   




















CUBIERTAS DE LA CATEDRAL



Las cubiertas de la Catedral responden a dos grandes              
tipos,tejados y azoteas, siendo las primeras las propias del Patio de los Naranjos, mientras el resto, que es la mayor parte, corresponde a la catedral propiamente dicha, la iglesia del Sagrario y las dependencias. Estas últimas responden a dos modelos distintos, según sean transitable sin dificultad alguna, pues están construidas
sobre alcatifas de loza quebrada, es decir rellenas con fallos de hornos de alfares, o, a causa de su pendiente, es prácticamente imposible transitar por ellas, como es el caso de todas las de las naves altas, el cimborrio y las cúpulas.


Tras la reconquista de 1248 la ciudad es “refundada” como urbe cristiana. La mezquita mayor es cristianizada, se cambia su orientación y se compartimenta su espacio para formar capillas, coro y panteón regio. Alfonso X en su decidida puesta por el gótico de estirpe francesa, no pensó emprender el proyecto de una nueva catedral, eran aún tiempos de formación en los que la ciudad presentaba escasa demografía y se situaba en la frontera con el enemigo musulmán.  Se opta como en el caso cordobés por una catedral–mudéjar que aprovecha al máximo la anterior edificación islámica. En torno a ella se configurará el barrio religioso  que ocupa todo el sector situado al norte de la primitiva alcazaba almohade y las inmediaciones de la mezquita.





                                                       













Será a principios del siglo XV cuando se manifieste la voluntad de construir la nueva catedral, eligiendo para
ello el lenguaje Gótico y como material la piedra, lo que significaba una ruptura intencionada con todo lo anterior. Elección en la que pesaron razones simbólicas y de prestigio. No se conserva  el acta capitular en la que se tomó el acuerdo de construir la nueva catedral, pero por otras fuentes y crónicas parece que tuvo lugar en 1401, bajo el patrocinio directo del cabildo con la sede arzobispal vacante. La intención de los canónigos quedó recogida en frases que la tradición ha transmitido: “labrar  otra iglesia tal e tan buena que no haya su igual y que se considere y atienda la grandeza y autoridad de Sevilla y su iglesia como manda razón...”. Pero por un lado estaba el deseo y por otro la realidad ya que construir un templo gótico sobre el enorme solar de la mezquita y hacerlo además en piedra, implicaba necesidades técnicas y profesionales que distaban mucho de las disponibles en la arquitectura sevillana del momento. Ello explica el porque el comienzo de las obras se dilató en el tiempo hasta 1433, según los últimos estudios, una vez superados los problemas técnicos y financieros y elegido un Maestro Mayor foráneo para trazar el inmenso templo, probablemente Maese Carlín (Charles Gautier de Rouen).

       



















El solar del oratorio de la vieja mezquita con sus 108,46                
por 75,89 metros (8.231 m2) fue aprovechado casi en su integridad por la nueva catedral. Este hecho explica la adopción de las cinco naves, más dos de capillas entre contrafuertes, que ya contaba con el prestigioso ejemplo de Toledo. La importancia del eje norte sur
de la antigua aljama y su acceso desde el patio de los Naranjos tal vez explique la anchura y desarrollo del crucero, y, sobre todo su situación bastante próxima a los pies del templo. La anómala cabecera plana  puede deberse a diferentes causas. Por un lado se debía situar
en lugar preeminente la Capilla Real, también se hacía necesario un ámbito como deambulatorio y espacio procesional tras el altar mayor, y, finalmente el uso de las puertas de este sector por parte del arzobispo y la relación del templo con espacios como la plaza de
Santa María y la Torre debían mantenerse.

 El resultado final de todos estos condicionantes, intenciones y posibilidades técnicas  es un edificio híbrido de gran originalidad, único e insólito entre los de su tipo. Su propio gigantismo y la escasa calidad de la piedra impusieron la sobriedad decorativa y el predominio de paramentos y volúmenes sencillos. En la época de la arquitectura flamígera con todo su aparato ornamental y avances en la desmaterialización de los muros y predominio de la luz, la Catedral de Sevilla se presenta con su estilo simplificado y la desmesura de sus proporciones como una enorme montaña hueca, un edificio singular en el que se experimentaron soluciones nuevas que rompían con todo lo realizado en la ciudad hasta entonces. Este carácter de edificio innovador donde se ponían en práctica y reinterpretaban  los más novedosos  lenguajes arquitectónicos se consolidó en el siglo XVI con la construcción del núcleo renacentista de la Sacristía Mayor y sala Capitular en el ángulo sudeste donde se ensayan nuevas formas, técnicas y materiales.


                                                     
        


















 La catedral ha pasado por muchas vicisitudes a lo largo de su existencia, además de constantes mejoras y ampliaciones entre el siglo XVI y principios del XX, se deben citar hechos desgraciados como el derrumbe del cimborrio en 1511 y 1888. El templo durante
siglos creció con la adicción y recostrucción de nuevos espacios : Sacristías, Sala Capitular, Iglesia del Sagrario, Pabellón de Oficinas... , comenzando en las  décadas finales del siglo XIX la labor restauradora, trabajos de conservación e intervención que han sido una constante durante los últimos 120 años. Entre todos ellos debemos citar los de Adolfo Fernández Casanova y Joaquín Ayarragaray en el siglo XIX (Giralda, portadas, bóvedas, pilares, cimborrio, pináculos y arbotantes), los de Joaquín de la Concha a principios del XX (capilla        
de la Antigua, bases de pilares, antepechos de capillas,
portadas menores y pabellón de oficinas); trabajos
continuados por Javier de Luque desde 1921 (oficinas,
vidrieras) , así como los realizados por los arquitectos
de zona del ministerio de Cultura desde la década de
los 40: Félix Hernández y Rafael Manzano (Patio de los                      
Naranjos, Capilla Real, pináculos y arbotantes...), a los
que se unen trabajos cohetaneos de otros arquitectos
como  la restauración del Sagrario por José Menendez
Pidal, o las obras en la Capilla Real dirigidas por
Antonio Delgado Roig y Alberto Balbontín. Desde los
años 80 destacan la continuada labor de conservación
e intervención realizadas bajo la dirección del maestro
mayor Alfonso Jiménez Martín (Giralda, cubiertas,
capilla de la Antigua, bóvedas, fachadas...), así como
las que han llevado a cabo otros arquitectos en el Patio
de los Naranjos y Biblioteca Colombina (José ramón y
Ricardo Sierra) o en el Pabellón SO (Francisco S. Pinto
Puerto y Miguel Angel Son Ruiz).

Destacaremos finalmente la labor de investigación y difusión cultural desarrollada por el  Aula Hernán en la última década, foro en el que se difunde la información de las ultimas excavaciones o de los proyectos de lectura paramental de inmueble.






































Marcas de los antiguos canteros


                                  

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